lunes, 9 de agosto de 2010

Capítulo VI

Capítulo VI

Las clases comenzaron con una semana de retraso (protesta docente). Para ese entonces ya había hecho resúmenes de las primeras unidades; me concentré en estudiar durante la tarde y parte en la mañana en recepción. Reemplacé la ansiedad con desilusión. Cuando al fin escuché las presentaciones de las distintas materias, no me sorprendí en absoluto, venían con las fotocopias.
Los cursos concluían entre las diez y las once de la noche, llegaba cansadísimo a casa. Hubo mañanas en las que los internados pudieron fraguar un escape, montarse una barra en recepción y servir cócteles psicodélicos desde el dispenser, organizar una murga o un baile de máscaras; sin que me diera cuenta. Hasta que un 25 de abril apareció Marta.
Mi rutina consistía en llegar 15 minutos antes de que empezara una clase, sentarme y releer mis apuntes. Una tarde escuché el rechinar de un banco muy próximo. Ella lo acercaba. Tocó mi hombro y me sacudí con un respingo que hizo volar la birome hasta el pasillo. Ambos reímos. Preguntó algo sobre unos apuntes o un programa, no sé, me dejó tarado, relegado al segundo anterior y queriendo forzar la sustancia del tiempo con la velocidad de mis emociones.
No tardé en atacarme.

-Claro-pensé.

-Vió que traía cuatrocientas fotocopias más que todos y se dijo "le pregunto a éste que seguro sabe"-así fue.

Aclaré sus dudas y volvió a situar el banco junto al de otros compañeros más atrás. Enseguida intenté concentrarme en la lectura para calmarme un poco. Imposible. Como si me hubiera plantado en el hombro un transmisor enraizado a todas mis terminales nerviosas, perdí la compostura y la prolijidad. Mi proceder se condicionó con estímulos extraños y se notaba. Encima, su alcance era remoto, muy remoto. Prorrumpía en sueños y meditacioes, sorteaba las aulas, los pasillos, la negación y arremetía como patada contra la butaca del instituto. Fantástico. Aunque aturdido, vigorizado. Marta inducía vértigo, enardecía mis ilusiones sobre el alma, era también un abismo pero no un salto al vacío, porque en las profundidades fulguraba el misterio de la naturaleza, el universo humano concentrado en una fuente protegida por los defectos de la raza. Luego no habría ni abismo ni fuente, sólo aquellas propiedades inherentes que llamé defectos. Más allá de todo, Marta facilitó, en cuanto pudo, soportar mi congoja. Era hermosa. La extraño mucho.

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